28.11.11

Sociedade: animalistas concentráronse onte no Obradoiro contra a tauromaquia

  • Xusto o 27 de novembro, hai dous séculos, morría Gaspar Melchor de Jovellanos, ilustrado español que avogaba pola súa abolición. É curioso como se está obviando esta faceta súa no seu bicentenario, que celebran fachendosos taurinos como Álvarez Cascos, agora en Foro Asturias, pero alto dirixente do maior partido taurino español, o PP, ata hai pouco

Santiago, 28 de novembro de 2011. Na mañá de onte, domingo, ás 12.30h o Colectivo de Loita Antiespecista de Compostela convocou unha concentración en contra da tauromaquia na Praza do Obradoiro de Santiago de Compostela.

Foi unha acción que se coordinou con outras 17 cidades en todo o estado para pedir a reforma do artigo 337 do código penal para que as festas nas que se torturan animais entren na categoría de maltrato nesta lei nacional de protección animal. Miles de touros son asasinados cada ano nas distintas festas: "becerradas", "bous a la mar", "toro enmaromado" e "toro ensogado", "toro embolado" ou "toro de fuego", "toro de la vega", touradas, etc. Por todas estas babecadas que lle fan aos animais, os activistas vestíronse de loito, acendendo velas no seu recordo.

Este colectivo traballa para acadar unha sociedade máis xusta, unha sociedade na que os intereses dos demais animais sexan tidos en conta e respectados e defenden o veganismo como único xeito moralmente aceptable de nos relacionar con eles. O veganismo supón non utilizar ós animais non humanos no noso beneficio en ningún ámbito, xa sexa alimentación, vestimenta, entretenemento ou experimentación. Non é necesario facelo e xenera sufrimento a millóns de individuos a cada paso en todo o mundo.

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Goya, coetáneo de Jovellanos, tamén denunciou o embrutecemento do pobo español nas súas litografías sobre touradas

Jovellanos

Un dos textos nos que o xurista, político e ilustrado español, o asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos, morto hai dous séculos, aposta por eliminar as touradas, por crueis e de países pouco civilizados, di así:

Así corrió la suerte de este espectáculo, más o menos asistido o celebrado según su aparato, y también según el gusto y genio de las provincias que le adoptaron, sin que los mayores aplausos bastasen a librarle de alguna censura eclesiástica, y menos de aquella con que la razón y la humanidad se reunieron para condenarle. Pero el clamor de sus censores, lejos de templar, irritó la afición de sus apasionados, y parecía empeñarlos más y más en sostenerle, cuando el celo ilustrado del piadoso Carlos III lo proscribió generalmente, con tanto consuelo de los buenos espíritus como sentimiento de los que juzgan las cosas por meras apariencias.

Es por cierto muy digno de admiración que este punto se haya presentado a la discusión como un problema difícil de resolver. La lucha de toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás; en otras se circunscribió a las capitales, y dondequiera que fueron celebrados lo fue solamente a largos periodos y concurriendo a verla el pueblo de las capitales y tal cual aldea circunvecina. Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de España, apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?

Pero si tal quiere llamarse porque se conoce entre nosotros desde muy antiguo, porque siempre se ha concurrido a ella y celebrado con grande aplauso, porque ya no se conserva en otro país alguno de la culta Europa, ¿quién podrá negar esta gloria a los españoles que la apetezcan? Sin embargo, creer que el arrojo y destreza de una docena de hombres, criados desde su niñez en este oficio, familiarizados con sus riesgos y que al cabo perecen o salen estropeados de él, se puede presentar a la misma Europa como un argumento de valor y bizarría española, es un absurdo. Y sostener que en la proscripción de estas fiestas, que por otra parte puede producir grandes bienes políticos, hay el riesgo de que la nación sufra alguna pérdida real, ni en el orden moral ni en el civil, es ciertamente una ilusión, un delirio de la preocupación. Es, pues, claro que el Gobierno ha prohibido justamente este espectáculo y que cuando acabe de perfeccionar tan saludable designio, aboliendo las excepciones que aún se toleran, será muy acreedor a la estimación y a los elogios de los buenos y sensatos patricios.

Extracto de la "Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos públicos y sobre su origen en España". Gijón, 29 de diciembre de 1790. La presentó reformada en 11 de junio de 1796.






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